__Del sentir invisible __

 

PRESENTACIÓN DEL LIBRO: Del sentir invisible
de Marga Clark
Por Ana María Moix
El CSIC, Barcelona
25 de Mayo de 1999

Poemario dividido en dos partes:
1. La obscuridad de lo invisible
2. La penumbra del sentir.

 

         Antes de hablar de Marga Clark y de su libro de poemas, quiero pedirles excusas por empezar esta intervención comentándoles una experiencia meramente personal. Normalmente, el presentador/a de un libro suele ser una persona que, a parte de haberlo leído y del hecho de que le haya gustado, es amiga del autor/a, o del editor/a del libro y acepta con gusto exponer públicamente su experiencia lectora. Y, sobre todo, intentar comunicar a los demás el placer e interés que la obra presentada le ha producido. Bien, en esta ocasión, me congratula decirles a ustedes que no he llegado hasta aquí por los motivos que acabo de exponer: conocí a Marga Clark hace unas veintena de días, he conocido al editor hoy mismo, este mediodía para ser exactos, y, pese a tener amigos comunes -amigos muy entrañables como Javier Aparicio y Valentí Gómez i Oliver- a la autora de este libro de poemas y a su presentadora de esta tarde no las ha unido hasta ahora ninguna amistad. Esto ha sido así hasta hace apenas una semana, cuando estando ella en Madrid y yo aquí, en Barcelona, empecé a leer el libro de Marga Clark, terminé de leerlo, y, acto seguido, empecé a leerlo de nuevo. A la tercera lectura de estos poemas, su autora, Marga Clark, era ya para mí un ser próximo, que acababa de irrumpir con firmeza en mi vida, en eso que llamamos vida personal y que es el propio ámbito interior, sensitivo y mental, donde confluyen nuestra manera de ver el mundo de entenderlo y de sentirlo, es decir nuestra manera de ser, de vivir y de morir, que, en definitiva, es lo único que somos.

         La lectura de este libro de poemas titulado Del sentir invisible (Devenir, Juan Pastor) ha constituido para mí una experiencia sumamente grata. Me ha producido el enorme placer del descubrimiento de un texto, de una autora, de cuyas bondades tenía sólo vagas noticias. Se trata de un placer que no es ni mucho menos frecuente; por el contrario, cruza por nuestra vida lectora sólo en contadas ocasiones, en muy contadas ocasiones. Pero, cuando así ocurre, creo que vale la pena decirlo, comunicarlo a los demás, decir: "¡atención, ha ocurrido! ¡se ha escrito un libro de verdad, leánlo!".
        
         Si intentara explicar, si intentara contarles este libro de Marga Clark cometería un grave pecado. De hecho, explicar cualquier libro, sobre todo de poesía, lo es. Reducir un texto poético a su explicación más o menos racional equivale a asesinarlo. Pero no teman. Hoy no podremos pecar. Porque los poemas de Marga Clark, como toda gran poesía, no se deja explicar, no se deja reducir a un discurso lógico, inteligible. Ya el mismo título, Del sentir invisible, anuncia esta imposibilidad. Y, a la vez, indica al lector cómo debe aproximarse a su lectura: libre de prejuicios lógicos, desnudo de retóricas al uso que en realidad están condenadas al desuso. Los poemas e Marga Clark apuntan a lo inasible, a lo innombrable, a lo que, desde que el mundo es mundo y el hombre es ese animal destinado a ser pasto del tiempo, sigue presentándosenos como el gran misterio, la gran incógnita de la existencia. La historia de la poesía universal es, en realidad, la historia de su búsqueda: la historia de los caminos, de los ardides verbales, a los que los grandes poetas han recurrido para acercarse a ese sagrado desvelamiento prometido desde siempre pero que siempre acaba por burlar al visionario. Hablo de visionarios porque, en Del sentir invisible, no hay huellas de modas, ni de estilos trillados, ni de aprendizajes baldíos, pero sí hay una impronta poderosa, determinante, que señala el lugar de donde procede. Los escritores, y los poetas en especial, no vienen de ninguna parte: van. Sin embargo, y sin ellos saberlo a veces, en ocasiones van a partir de un lugar, de un ámbito, que ignoran, o mejor dicho, que han olvidado, y cuya memoria recobran a través de la palabra. Es una recuperación, una rememoración, una resurrección que no incumbe al autor, pero sí al poema. Porque el poema sí tiene memoria, sí recuerda. Es más, su memoria es tal que incluso es capaz de recordar a dónde va, y a dónde vuelve cuando llega al ámbito recién creado merced a la alquimia del lenguaje. Los poemas de Marga Clark van, y vuelven, a un ámbito aparecido en el imaginario poético del hombre occidental un día muy concreto: el 13 de Mayo de 1797. Ese día del citado año, un joven llamado Friedrich von Hardenberg escribió en su diario: "Empecé a leer a Shakespeare -me adentré en su lectura. Al atardecer, fui a reunirme con Sophie. Allí experimenté una felicidad indecible -momentos de entusiasmo, como relámpagos- vi cómo la tumba se disolvía ante mí -siglos como momentos- sentía la proximidad de ella -me parecía que iba a aparecer de un momento a otro". Hasta aquí la nota del joven. Apenas habían transcurrido dos meses de la muerte de Sophie Kühn, la joven de quince años de edad, de quien estaba enamorado, y a quien nombra en el citado texto. Texto que da cuenta de una experiencia de capital importancia en la historia de la literatura, una experiencia (la visita a la tumba de la joven muerta) de la que arrancaría una de las obras fundaciones del romanticismo alemán. Pues la vivencia de Hardenberg no se limitaba a un reencuentro con la imagen de la amada, sino a una revelación: la muerte como el camino hacia la vida. Quien refiere el encuentro con la amada muerta es un joven de veinticinco años, hundido en la desolación a causa de la muerte del ser objeto de su pasión amorosa; pero quien plasma la experiencia en la tercera parte de la obra poética aludida, una obra titulada: Himnos a la noche, es ya el poeta Novalis, pseudónimo del joven Hardenberg.

         Del sentir invisible pertenece, en mi opinión, a esa fulgurante, y escasa estirpe de poetas que, a partir de Novalis, se sienten tentados (o condenados) a avivar la llama sagrada del gran misterio: la muerte. Evidentemente, la aventura de Novalis no era ajena a la deslumbrante experiencia de los poetas místicos españoles. Pero la noche de los poetas místicos, con Juan de la Cruz en primer término, tenía un sentido feliz, un sentido afortunado: Dios. La noche, para Novalis no es camino hacia Dios sino hacia la vida, y, en este aspecto, el sentido de la noche, la razón de ser de la noche, carece de carácter idílico y venturoso. Es una incógnita. Una incógnita que sólo se resuelve cuando llega a su fin, cuando llega a la muerte. La única gran certeza.

         Los himnos de Marga Clark no van en busca de la noche, de la muerte, para alcanzar la revelación. Su canto se inicia ya en el corazón de la noche, en el centro de la muerte, y desde allí despliega un camino que es memoria y deseo. Memoria de la vida, y quizá del amor, pero no memoria del deseo, porque el deseo aún late, el deseo se ha encarnado en la palabra, en el poema. El deseo crea ese espacio, ese ámbito verbal donde muerte y vida se complementaron alguna vez, unidos por la fuerza continua y eternamente generada por el propio deseo. O por lo que es lo mismo: esa pulsión que crea, destruye y vuelve a crear lo que de inasible hay en el hombre: es decir, el ser.

 

Ana María Moix
(Editado por Devenir, colección dirigida por Juan Pastor)