No hablemos de los dioses, ni de las ánforas enterradas por los tiempos, ni de los narcisos yacentes en las aguas adormecidas. No hablemos de las lágrimas que enturbiaron tu primera vida, ni de los ciervos blancos que sobrevivieron mi recuerdo. No hablemos de tus manos, ni de la palabra firme que estalló sobre tus labios manchándome con sangre.
No hablemos de tus hombros destrozados, ni de tu torso desvanecido. No hablemos de tu ausencia infinita, tu cara sin rostro, tu mirar.

 

 

 

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