__Auras __

 

PRESENTACIÓN: AURAS

 

Lo primero de todo quiero agradecer tus palabras, Carlos, sobre todo por tu sensible apreciación de este libro que estaba esperando la luz en el oscuro fondo de un cajón, gracias por haberlo sabido captar con la sutileza y la valentía con que tú lo has hecho. El poeta Antonio Gamoneda una vez me dijo: “Es en la invisibilidad donde se engendra la visión.” Y después de reflexionar sobre esta frase saqué la conclusión de que era por ese camino donde yo había dirigido casi toda mi obra fotográfica. Esa búsqueda de los misterios donde se genera el sentir y se materializan fugazmente las visiones ha sido una constante en mi obra. Mi interés siempre se ha centrado en todo aquello que presiento, intuyo o sueño. ¿Por qué elegir entonces un medio que se apoya tanto en lo visible? –ya que sin la presencia física de un referente, la fotografía no sería posible. Porque la cámara fotográfica no me interesa como instrumento tecnológico sino como instrumento psicológico de la mirada. La estética y la técnica fotográfica quedan relegadas a los innumerables elementos psicológicos y cognoscitivos que nos ofrece el medio fotográfico, y por esta razón, cuando me falló la palabra al irme a vivir muy joven a otra cultura y otra lengua, elegí la fotografía como el medio de expresión más adecuado para materializar mis ideas y preocupaciones.

Uno de los enigmas más indescifrables del ser humano es el de su propia muerte. Ese abismo profundo e inaccesible en el que reina el olvido y del que sólo puede salir entrecortadamente el recuerdo. Podemos decir que la fotografía, por su propia naturaleza, es una especie de muerte. Se apodera de la imagen de la persona y la transforma en objeto inanimado. De esta forma actúa como arma de doble filo, pues al mismo tiempo que arranca de la vida otorga eternidad. La fotografía perpetúa la memoria viva del ser querido pues como bien ya sabemos todos, la muerte no es el morir sino el ser olvidad. Es aquí donde radica la esencia de mi obra más reciente.

            En la primavera de 1989 completé una carpeta de fotografías y poemas titulada De Profundis. Esta carpeta se compone de diez imágenes y diez poemas íntimamente relacionados. Los poemas fueron precursores de los rostros desvaídos que encontré en las fotografías de los nichos del cementerio San Michele en Venecia. Su incipiente estado de desintegración me impulsó a volver a fotografiar estas caras con la intención de detener el deterioro en la emulsión de la película, consiguiendo alargar de esta forma la memoria colapsada de estos seres abandonados. La desaparición de la imagen en el celuloide de la película no era sino otro recordatorio de nuestra propia desintegración, como digo al final de un poema: “No hablemos de tu ausencia infinita, tu cara sin rostro, tu mirar”. En el prólogo del libro explico cómo me sentí exactamente contemplando estos rostros: “Sentí….  Este estado en que me encontraba me trajo a la mente este poema que había escrito un año antes:
           
“Busco tu voz siempre escondida entre los nardos y las rocas.
Ya no deseo andar junto a la muerte, siempre tan unidos.
Intuyo tu vacío invisible, inalcanzable.
Te escucho porque no hablas.
Te busco porque no existes.
Te encuentro porque no eres”.

            A partir de esta carpeta la poesía se convierte en el elemento más esencial de toda mi posterior obra fotográfica. En mi instalación más reciente: “En aquel lugar donde habita la memoria”, busco escenarios místicos y románticos como el Monasterio de Veruela y el antiguo convento de las Carmelitas en Cuenca, lugares llenos de mágicos recuerdos donde mis personajes deambulan etéreos y ensimismados buscando lo invisible del tiempo: Como en este poema que inició toda la serie:

“Y así perseguían mis ojos las estrías agrietadas de las noches.
 Y así me sorprendiste en un momento de debilidad amordazada.
Y fue ese grito violento, ese grito aterrador e inesperado,
lo que provocó el silencio nocturno de las aves.
 Y me encontré rodeada de grillos durmientes y ángeles desvanecidos
 mientras tu cuerpo desnudo avanzaba perdido entre las aguas abrasadas.
Y así, lentamente, sentí la luz abandonarme toda”.

            Alguien dijo que la prosa es prosa porque tiene sombras, sin no tiene sombras es poesía. Quizá sea ese querer llegar a esa luz, a esa transparencia, lo que me hace recurrir a la poesía. Porque al fin y al cabo, la creación, ya sea literaria o plástica, es una forma de levitación, un ausentarse de la realidad que te rodea, aunque sólo sea momentáneamente. Para Juan Eduardo Cirlot, un poeta que admiro profundamente, tornarse invisible es una imagen de disolución en el inconsciente. Yo trato de penetrar lo invisible para poder capturar esa imagen. Muchas gracias.


Marga Clark -  Madrid- 2001
Ayuntamiento de Manzanares